Cuando trabajas de tú a tú con personas, en muchas ocasiones te encuentras con la situación siguiente. Él/ella
te dice algo parecido a esto:
-
“Como soy tan (débil)… si fuera diferente, todo
me iría mejor, ya me lo dicen”.
Pero después, conversando,
preguntando… Llegas a la íntima conclusión que esa persona, que cree que es tan
“débil” y que le gustaría ser más “fuerte”, ha superado situaciones (muy) difíciles
en la mayoría de los casos. También está realizando esfuerzos importantes para dejar de
pasarlo mal, y lo que es también importante, ha empezado un proceso personal (la
terapia, el coaching en algunos casos) que le implica, entre otras cosas, hacerse preguntas diferentes.
Es muy difícil cuestionarse a sí
mismo, y mantenerse firme en el proceso para avanzar.
Y aun así, con todo esto, la persona sigue
pensando de sí misma que es “débil”.
He utilizado “débil”, pero el
mismo ejemplo podría valer para otras muchas palabras que a veces utilizamos
para autodescribirnos:
- Tímido/a,
- Cobarde,
- Valiente,
- Emocional,
- Dependiente,
- Fuerte…y la lista se extiende hasta el infinito.
Estas palabras no sólo las
utilizamos como parte de “nuestra identidad”, sino que también nos condicionan
cómo nos expresamos y nos comportamos ante los demás. Cuando una persona se
define a si misma como “cobarde” ó “Valiente”, lo dice desde su propia idea de lo que es ser de una manera o de
otra.
Te pregunto a ti, qué estas
leyendo: ¿Qué es PARA TI ser valiente? ¿En qué situación de tu vida lo has
sido? ¿Podrías serlo de alguna otra manera?
Si yo hiciera estas mismas
preguntas a 10 personas, muy probablemente darían definiciones muy
diferentes. Porque cada uno creamos nuestra
propia idea de lo que es ser valiente, o tímido… Intentando hablar de lo mismo y
teniendo claro lo que significa esa palabra en el diccionario. Son Constructos.
Nuestras ideas nos definen, nos dan una identidad. Y cada uno/a de nosotros ha
aprendido en algún momento en qué consiste “ser valiente”… y qué no lo es.
Estas palabras, estos constructos,
nos hacen únicos, y también influyen cómo vivimos nuestras emociones, nuestras
actitudes y también, cómo no, nuestros comportamientos.
Los constructos están muy
arraigados. Forman parte de nuestra identidad, pensamos que somos así y no
cambiaremos ahora, ya a estas alturas… ¿de verdad?
En muchas ocasiones la
psicoterapia no es la solución de problemas (que también) sino la revisión de alguno de estos conceptos: “¿de verdad eres cobarde?, ¿qué te lleva a pensar eso?, ¿si no
fueras cobarde, qué hubieras hecho diferente?”. Y porque no, construir ideas nuevas a partir de lo que ya no nos funciona.
Podemos descubrir que aplicamos
de manera automática significados que para nosotros tienen sentido, pero no
para los demás, que incluso se sorprenden de lo que aseguramos: “¿Y dices que
eres tímida? No lo habría dicho en la vida”.
No está de más revisar las
creencias que uno tiene de sí mismo, porque en ocasiones podemos convertirnos
en nuestro peor enemigo. “con lo tímido que soy, ya ni lo intento, lo pasaré
mal para nada”.
Debemos tener cuidado con
lo que nos decimos a nosotros mismos, nos lo podemos llegar a creer.
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