domingo, 29 de marzo de 2015

Una historia de autoestima

- “¡¡Estoy hasta los mismísimos de los sabelotodo que no tienen ni puñetera idea y encima te hablan como si les tuvieras que venerar!!” “No sabes las ganas que tengo de decirles dónde se pueden meter las lecciones que no les pido”.

Ella estaba explotando. ¡¡Por fin!!

Hace tiempo, le preocupaba su “baja autoestima”: no valía lo bastante, nunca sabía suficiente, nunca llegaba a todo, siempre con ese miedo a que los demás se sintieran decepcionados con ella, siempre con ese sentimiento de culpa que surgía a cada reproche. Y ahí estaba, dedicada, atenta, siempre atenta y preocupada. Atenta a lo que decía y cómo, a procurar que mucha de la gente de su alrededor pensara de ella lo mejor: hija disponible, madre atenta, amiga paciente, trabajadora eficaz. Alguien con quien siempre puedes contar. 

- "¿Y dónde dices que está tu falta de autoestima?"

Siempre había quien no valoraba sus esfuerzos, sólo veía los defectos que se le habían pasado por alto. Esas personas la hacían sentir mal, pero las disculpaba pensando que lo hacían por su bien, para ayudarla (¿para qué si no?) y porque eran así, la gente ya se sabe, no cambia.

En algún momento aprendió que sólo mereciéndolo podría tener amor del de verdad. Y merecer implica esforzarse y si es necesario sacrificarse. Pero siempre con una sonrisa, porque se hace para aquellos/as a los que quieres y que te quieren. Y ahí estaba, esforzándose y reprochándose. Y disfrutando de esos momentos en que una amiga le decía: “sé que siempre puedo contar contigo y que estarás ahí, eres tan buena”. Eso no tenía precio. 

Y entonces enfermó. Primero empezaron unas contracturas en la espalda, una falta de hierro, un ataque de ansiedad inesperado. “Quiérete más”, le decían. “Tienes una falta de autoestima muy grande” le aseguraban. Quizá tuvieran razón. Y en eso que va a parar a un psicólogo para buscar esa famosa autoestima que parece que sólo le falta a ella. Eso debía ser. Los demás estaban todos sanos. Como siempre, la que fallaba era ella. Qué tara tan grande debía tener. 

En esa consulta no encontró autoestima. Mediante preguntas y reflexiones se dio cuenta que sí tenía valía, si tenía autoestima, pero no como se la habían vendido. Se dio cuenta que había personas que le hacían bien, la querían y respetaban y ella también a ellas. Pero que había también otras personas a su alrededor a quien quería pero que nunca parecía encontrar la manera de sentirse bien con ellas. Eran las que la hacían sentir peor y más culpable. Después había otras que según el día que tuvieran, pero siempre le exigían que ella estuviera de buen talante, era lo que se esperaba de ella aunque no le apeteciera.

Se dio cuenta que había personas que la decían que la querían, pero que sus actos no eran coherentes con eso. La decepción fue muy grande, pero también la determinación que le siguió luego: "primero me cuido yo, veremos quién decide descuidarme luego". 

Aprendió que debía parar e identificar cuando los intereses de los demás invadían sus propios intereses. Y que podía decidir cuándo le convenía que esto fuera así y cuando no. Descubrió que podía dedicar más tiempo y energías a las personas y actividades que le gustaban, "recolocando" aquellas que la hacían daño. Le costó, pero poco a poco aprendió a ignorar sus chantajes o a defenderse. Y siguió cuidando de aquell@s que la cuidaban.

Aprendió que para protegerse y disfrutar no hacía falta aislarse ni construirse una coraza que la asfixiara, con que aprendiera a pintar líneas y límites podría bastar. Y si era con humor, mejor. En algún lado leyó que la risa era lo contrario de la ansiedad. 

Y dio con este vídeo que le encantó y que tatarea en ocasiones... 


Vídeo: Fragmento de "Fantasia 2000. Flamingos. Camille Saint-Saents The Carnival of the animals" Copyright: Walt Disney Studios

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