viernes, 26 de septiembre de 2014

Me falta un martillo

Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así, pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta una duda: 

"¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como ese le amargan a uno la vida. Y luego todavía de imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo." 

Así, nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes que el vecino tenga tiempo de decir "Buenos días", nuestro hombre le grita furioso: "¡Quédese usted con su martillo, imbécil!"

"El arte de amargarse la vida" Paul Watzlawick Ed. Herder. Página 43


Cuando la vida de uno es mínimamente activa surgen retos, problemas, situaciones a resolver. Algunas pueden solventarse, otras quizá no sea posible conseguirlo. Pero es importante tener en cuenta que en ocasiones el afán de prever situaciones puede convertirnos en nuestro peor enemigo, provocando el pensamiento de problemas que, en realidad, no son tales.

Leído en frío, acabo de decir una obviedad, es cierto. Pero en los momentos de crisis es más difícil discernir entre problemas prioritarios y tonterías sin importancia, pero que sacan de quicio. Es una habilidad que en lo posible, debería entrenarse fuera de los momentos de crisis personal, antes que se haya desbordado todo. Ser consciente de eso, de la propia capacidad para sobredimensionar las cosas, es un gran primer paso.

Un segundo es parar de pensar en cómo solucionarlo y reflexionar realmente para qué me estoy preocupando tanto y si realmente puedo hacer algo sencillo para solucionarlo.

El tercero es hacerlo. O no. Y seguir pensando hasta encontrar una solución... o no... Y dejar que esas tonterías sigan enmascarando si realmente lo que ocurre, el malestar, es otra cosa.

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