Puedo atreverme a asegurar que aún no he conocido a nadie que le guste equivocarse. Pero si he conocido diferentes tipos de
personas según cómo decidan enfrentarse a la posibilidad de cometer o vivir errores:
Algunos de ellos ni lo piensan. Creen que hacerlo es
un estorbo innecesario y algo que les detiene de tomar decisiones. O no valoran
lo suficiente esa posibilidad. Van adelante y sin cortapisas. Sólo consideran
consecuencias cuando el resultado no les satisface. Un subgrupo de ellos
pensará entonces que lo ocurrido es casi siempre cosa de los demás, o del
destino, o de la mala suerte, porque a ellos no les cuesta tomar decisiones. Como
si el hecho de "hacer cosas" por sí solo garantizara el éxito. A todos ellos en general se
les considera personas valientes. Otros puede ser que les llamen temerarios.
Otros no toman decisiones. Dejan que los demás las tomen por
ellos, responsabilizándoles de las mismas. O se lo piensan mucho, mucho, mucho,
y luego mucho más hasta que creen que se dan las condiciones de 100% seguridad
para no equivocarse. Si consideran que no se da esta seguridad, evitan,
posponen. Hasta la saciedad, el agotamiento, la frustración y en algún caso extremo, hasta la fobia.
Otros toman decisiones, actúan… Y no se equivocan. O puede
que si. Pero tienen su objetivo claro. Sufren porque no les gustan los errores
pero aprenden de ellos. Sin dramas pero con conciencia. Dándose tiempo a sufrir,
pero el necesario. Porque saben que, en la mayoría de casos, equivocarse es una
parte, no un todo. Que muy probablemente si sólo piensan en los errores
acabarán pensando que todo lo han hecho mal. Y que si caen en esa trampa no
darán valor a todo aquello positivo y que está ahí, esperando a que le presten
atención. Saben que de los errores se aprende, pero que de los
aciertos también. Y a veces, más.
Porque los 100% no existen, ni de seguridad, ni de errores
ni de aciertos. ¿Alguien ha conseguido hacerlo alguna vez TODO bien y PERFECTO? ¿Y todo, absolutamente TODO MAL?
Mientras buscamos o evitamos un ideal no nos permitimos
vivir aquello real.
Como me dijo una vez M.A. Raya, “lo perfecto es enemigo
de lo bueno” (Voltaire).
Mis mejores aprendizajes han sido a través del error.
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