jueves, 27 de octubre de 2011

¿Quién teme al lobo feroz?

En estos días últimos me ha dado por pensar en el miedo, y en cómo convivimos a diario con él. "Pero cómo no vas a tener miedo", diréis, "con la que está cayendo, ¡que hay crisis!"

Si, hay crisis, pero ¿es que no había miedo antes?

Los miedos son muy comunes e íntimos a la vez: miedo al ridículo, a equivocarse, a perder el control, a no tenerlo, a la oscuridad, a la soledad, a la enfermedad, a la vejez, a tenerlo todo, a perderlo, a no tener lo que se quiere, a no saber lo que se quiere, a la pobreza, a la crisis, al fracaso, al éxito…

Recuerdo un vídeo en la facultad de psicología en la que nos mostraron un bebé de pocos meses. Iba gateando, tranquilamente, hasta que se topaba con una escalera (desde su perspectiva, unos enormes peldaños que llevaban hacia abajo, a un lugar donde no alcanzaba su vista). Como ya era un niño de suficiente edad, acumulaba ya un tiempo de gateo y experiencia en desniveles varios. Ante el nuevo reto, actuaba. Petrificado a lo alto de una escalera, estiraba el cuello levemente y se lo miraba 2 ó 3 veces, sin demasiado convencimiento, pero con los ojos bien abiertos. Después de evaluar el peligro, finalmente actuaba en consecuencia, es decir, apartándose y continuando su gateo hacia otro lado.

Estamos fisiológicamente preparados para tener miedo: es una respuesta natural y de adaptación al medio, anticipamos el peligro y eso nos paraliza. En muchas ocasiones, y en eso nos ayuda la experiencia, esta “parálisis” nos ayuda a no caer en la situación de peligro, y darnos valiosos instantes para buscar una solución, muy frecuentemente en forma de huida.

Es decir, la experiencia nos ayuda a superar el miedo familiarizándonos con la situación, buscando acciones o soluciones varias. Esto nos sirve para el miedo real, una experiencia física que podamos experimentar (una quemadura, un golpe, una pelea, un accidente) pero, ¿y el miedo inducido?

Estamos viviendo una situación económica y social difícil, los optimistas en nuestros días son escasos. Lo negativo vende y el generar miedo, también. Sólo hay que ver el bombardeo incesante que sufrimos de noticias catastróficas y que engullimos, de manera obediente, día tras día. Y así se nos mantiene, a todos bien asustaditos. Y paralizados. E indignados, pero paralizados. Y con sentimiento de indefensión. Y cuando uno siente indefensión, le cuesta probar estrategias nuevas. Porque uno cree que nada sirve. ¿O Si? ¿Seguro que nada?

¿Cuántas veces hemos arrancado algo que no nos atrevíamos a hacer, porque no ha habido más remedio? Y después, una vez pasado todo, ¿Cuántas veces hemos soltado un “pues no era para tanto”?

No hay comentarios:

Publicar un comentario